Soy de las que, después de estar 50 días sin pisar la calle (creedme, ni para bajar la basura, dejo ese honor a mis allegados que necesitan más que yo 3 min de brisa), sigo emocionándome cada día a las 20:00 desde mi pequeño balcón de dos pasos y medio de largo por uno de ancho.
Pienso en lo afortunada que soy. La primera razón porque los míos están bien, todos y eso hoy en día es decir que me ha tocado la lotería además tengo la suerte de estar teletrabajando en la profesión más bonita del universo lo cual me permite mantener la cabeza ocupada y, por supuesto, la capacidad de aprendizaje al 100%.
Me siento muy afortunada, pero a la vez, poco valorada. En general, por la sociedad. Y no me malentendáis, los docentes somos un pequeño grano de polvo en comparación a la importancia que tienen los sanitarios de este país, no voy por esos derroteros. Por supuesto, mis palabras no van dirigidas a esos maestros de regla y libro.
No os podéis imaginar el trabajo que existe detrás de cada vídeo, cada actividad o cada recurso que los alumnos reciben cada semana en sus hogares. Repito, me refiero al trabajo de aquellos maestros innovadores y preocupados por la enseñanza que están ahí y existen, os lo aseguro. Y no exagero cuando os digo que ese tipo de maestro se levanta y duerme pensando en el trabajo. Cómo mejorar, cómo facilitar la labor de esos padres trabajadores, cómo llenar esas pequeñitas cabezas encerradas en casa de cosas bonitas y aprendizajes significativos siempre atendiendo a las necesidades y limitaciones de las familias, así como de la burocracia y las exigencias (y en muchas ocasiones trabas) del Ministerio y de los centros escolares.
Ya no hablamos de la nueva premisa de escuelas infantiles y centros con educación infantil como “guardaniños”. Me causa pena que haya gente, incluso compañeros de profesión de otras etapas, que ven la medida como “lo más normal y lógico”.
¿Veis normal que se promueva antes el guardar a los niños que la conciliación laboral y familiar ante esta circunstancia? ¿De verdad creéis que cualquier padre o madre se quedará tranquila separando a sus hijos de su hogar y llevándolo a un foco de contagio? CONCILIACIÓN LABORAL Y FAMILIAR. No me cansaré de decirlo.
Yo sinceramente, no lo entiendo. Y qué queréis que os diga, una parte de lo que hago en mi trabajo y que es muy importante, es la del cuidado. Es la de curar heridas, aliviar penas y acompañar en situaciones de miedo. Es la de “no pasa nada”, “yo te ayudo” y “nos puede pasar a cualquiera” ante un niño que todavía no controla sus esfínteres cuando el resto de sus compañeros sí lo hacen. Cuido a mis alumnos y eso permite que la educación infantil tenga esa conexión extra que no tiene el resto de etapas. Pero eso, no es mi trabajo, eso debería formar parte de cualquier persona que sea HUMANA, que le importen sus alumnos. Eso forma parte de mí. Mi trabajo es enseñar, es aportar conocimientos y cultura. Ayudar a los niños a que, el día de mañana, sean capaces de desempeñarse solos en esta sociedad y VIVIR.
Por eso, esta publicación va por nosotros, los maestros. Los de verdad. A los que nunca se les agradece nada, a los que nunca se les valora el esfuerzo de aprender a marchas forzadas nuevos instrumentos, programas, a los que se les cuestiona hasta la saciedad. A los que dan el callo SIEMPRE porque anteponen a sus alumnos a su propia justicia. Hoy va por todos los docentes.
¡Maestros no perdáis la fuerza, no perdáis la esperanza pues de ello depende mantener el futuro de esta sociedad vivo!¡Somos fuerza de cambio!