El hoyo, La noche del virgen o Alegría, tristeza son algunas de las películas en las que hemos tenido la oportunidad de ver a Miriam Martín Prieto, además de en las series Cuéntame cómo pasó, Periodistas o Rabia; pero no solo va a ser de sus interpretaciones en la gran y pequeña pantalla de lo que hable hoy con ella, sino que, a través de sus pasiones, quiero dar a conocer a la persona que se encuentra detrás de la actriz.
Hola, Miriam. Me gustaría saber cuáles son tus 4 grandes pasiones, pero ya sabes que no puedes incluir el cine, pues doy por hecho que, siendo actriz, estaría entre ellas. Así que vamos ya con el hit parade.
¿Cuál de todas tus pasiones ocuparía la cuarta posición?:
Los subidones de adrenalina. La velocidad, me encanta correr en circuito con el coche. La acrobacia, los retos físicos: hacer una vía ferrata con cierta dificultad, intentar una posición “imposible” en alguna de las clases que imparto. Cuando estudiaba teatro, me pidieron que hiciera una pieza de pantomima en la que trabajara el vértigo y fue un problema porque era una sensación que no había sentido nunca. Ahora sé lo que es, pero desde un lugar diferente. No por estar a cierta altura sino por sensación de mareo, de enfermedad, parece que es algo similar ¿no? Recuerdo que mi profe me dijo que me subiera a la Giralda y después de hacerlo, me preguntó que había sentido y yo contesté: “ganas de saltar”.
¿Cuál sería la tercera?
La tercera pasión es viajar, aunque suene a tópico, viajar por el placer de no repetir nada del día, romper con la rutina, que por cierto no tengo. Por supuesto que lo mejor de viajar es descubrir, conocer, dejarse sorprender, impregnarse… no solo de los lugares sino de gentes, de la idiosincrasia de un pueblo, de sus costumbres, de sus “pasiones” yo me lleno de cada viaje, no me cuesta nada salir corriendo a otros sitios. Me apasiona lo nuevo, lo desconocido, lo inusual, y los viajes están llenos de esto. No puedo viajar todo lo que quisiera. Durante el tiempo en que me dediqué más al teatro me encantaba perderme sola allá a donde iba.
Solía decirle al resto de la compañía que en tal o cual ciudad tenía una amiga que hacía mucho que no veía y que iba a estar con ella. Alguna vez me “pillaron…” ja, ja, ja.
No es lo mismo conocer una ciudad sola que en compañía, ni tú, ni las personas que conoces te comportas igual y a mí me encanta.
Claro que he tenido alguna experiencia dura, más que dura (en una ocasión, en Venezuela, creo que intentaron venderme y lo pasé francamente mal, pasé más de 8 horas pensando que allí acababa todo), pero eso no me ha hecho dudar ni un minuto. Repetiría mil veces, por supuesto, sin cometer los mismos errores, aprendiendo.
¿Y la segunda?
Seducción. No concibo el mundo sin ella. No seduzco con la idea de tener ninguna relación, seduzco por un impulso natural de atraer. No sé si se entiende. Para mí es una constante en mi vida, no hay connotación sexual. Seducción en el más amplio sentido de la palabra. Seducir, atraer, crear interés, al fin y al cabo es justo la magia de la interpretación. “atrapar” la atención del espectador y crear un vínculo. Para mí es algo natural, está en mi ADN. La seducción no entendida como un acto de deseo sexual sino como juego, como desafío, como deseo de relacionarse.
Ese hilo que se crea y del que se tira o no se tira. Se entiende muy bien en el mundo de la interpretación pero no tanto en la calle, en el día a día. A mí, el ser humano me atrae por una u otra razón pero casi siempre. Por eso me cuesta tanto vivir en ciudades donde la gente no se mira a los ojos, dónde todo el mundo quiere pasar desapercibido. No me encuentro bien en ese entorno.
Y, por último, ¿cuál podríamos decir que es tu gran pasión?:
La música. Cada mañana me levanto y de camino al baño enciendo el altavoz. Con 4 años me fui por la calle preguntando a la gente que pasaba si sabían tocar la guitarra hasta que encontré a una chica y fue mi maestra 14 años.
La música manda, he estudiado solfeo, canto, trompeta… Música y movimiento como manera katártica de vivir. Cuando paso por un momento difícil en la vida, la música tiene ese poder sanador, igual que cuando soy muy feliz. Desde niña canturreo un “li-li, li-li” sin darme cuenta. Sé que no descubro nada nuevo, que no soy la única (menos mal) pero es imprescindible. Canto en los momentos felices y en los oscuros y solo eso me calma. Cuando otro gran maestro de interpretación (Carlos Gandolfo) me explicaba un día que cuando un pintor se encuentra mal, pinta, un bailarín baila, un músico toca un instrumento y un actor no sabe cómo calmar su interior, yo lo entendí todo, yo canto y si puedo, bailo.
Y ya sabéis que, si queréis conocer 4 pecados de Miriam Martín Prieto, este artículo continúa en: https://orizonte.es/revistas/numero-68/#8
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